lunes, 13 de agosto de 2012

" ¡Basta de paro! ", dijo Humberto. Y el paro paró.




(Des)Estimado jefe de gobierno, Mauricio Macri, o presidenta de la nación, Cristina Fernández, o quién carajo sea,
 
               Me dirijo a ustedes por esta vía para hacerles saber mi acrecentado enojo. Como un trabajador más de la ciudad de Buenos Aires, como un laburante, como alguien que necesita del pan de cada día para mantener a su familia, para darle de comer a sus pequeños. Porque yo, como varios otros, tengo que salir cada mañana a buscar la moneda (o el billete, en tiempos de inflación) para poder llegar a mi casa por las noches con algo entre las manos. Tengo muchos gastos, señores gobernantes. Y no puedo perder el tiempo. Tengo gente que mantener. Mi mujer, mis dos hijos pequeños de 3 y 6, mi suegra, y mi amante Virginia, que si me permiten la aclaración les comento que tiene algún que otro caprichito para nada económico, y que virgen, ahora que me pongo a pensar en ella y el nombre que su mamá le dio…bueno, virgen no es.

Estoy harto, señores gobernantes, cual sea que esté a cargo del subte, de que se metan con mi laburo, con mi fuente de ingreso. Con el trabajo no se jode. Y no me gustan las alternativas que me quedan ahora, en el décimo día de paro. ¡Décimo, gente! ¡Décimo! ¿Cómo se supone que tengo que laburar? Yo vivo en el subte. Tanto a la mañana, como a la tardecita noche. ¡Y ahora no tengo nada! Tengo que recurrir al puto colectivo o al siempre demorado tren. Y no me gusta. Me dan miedo. Me persigo. Yo quiero mi subte. Lo extraño. Lo necesito. No quiero tener que adaptarme, cosa que, sin duda, me han obligado a hacer.

Y es que me encanta ese hedor exquisito que hay bajo tierra, esa sensación semi claustrofóbica de encierre que tanta seguridad me da. El anonimato. El pasar desapercibido, perfil bajo. Y me gusta aún más en las horas pico, con la gente, la muchedumbre, el amontonamiento, el empujar para entrar antes que las puertas te agarren, y, por sobre todas las cosas lindas del subte, el quedarse pegado inmediatamente detrás de la minita que está bastante buena, bien apretujado, oliendo su perfume caro por sobre su nuca, del cual claramente desconozco todo, salvo que es caro. ¿Quién dijo que viajamos como vacas? Las vacas no huelen así de rico.

Me encanta la gente de mal humor, la gente que la pasa mal, que no ve la hora de bajarse del subte. Ellos, cansados, dormidos, con caras largas, abstraídos en sus tecnologías, me ponen contento. Éstos últimos, más que más. Porque yo estoy feliz. Porque yo estoy en mi ámbito, en mi segundo hogar. Y me dejan laburar tranquilo. Casi que ni me ven.

Todo bien con el gobierno. Ustedes hacen lo suyo, y yo hago lo mío. Pero arreglen esto del paro, que bastante preocupado me tiene. Los chicos a veces se quedan con hambre, y Virginia ya se me está empezando a quejar. No tengo plata para comprarle regalos. Y eso está mal. Apenas me alcanza para mí y mis necesidades.

Se los digo una vez más: no se metan con mi laburo. El colectivo no es lo peor del mundo, tampoco, pero yo prefiero el subte. Yo hace once años que trabajo ahí y ahora me quieren mandar para las líneas sobre tierra. No soy un camaleón, señores gobernantes. No me adapto fácilmente. Yo vivo abajo.

Y créanme, señores gobernantes, que no soy el único que se queja. Al único que perjudican. Hay varios como yo, todos laburantes, que estamos en la misma. Somos como quinientos, que ahora tenemos que andar de colectivo en colectivo o incluso, si el día es malo malo, usar esa cosa que tan poco me gusta : el tren. Esa copia barata.
Sueño con algún día formar un sindicato para aquellos que trabajan de lo mío. Para poder hacerles huelga cuándo menos se lo esperan. Y ahí van a ver lo que se siente, ustedes malditos desinteresados. Por ahora somos quinientos, pero ya vamos a llegar.

Para despedirme, les recuerdo una vez más que estoy muy enojado y afectado por esta situación. Resuélvanlo cuanto antes, ¡y dejen a la gente laburar tranquila!

Ahora me voy, que le prometí a Virginia que la llevaba a comer afuera y me acabo de hacer 250 mangos de una billetera de un rubio trajeado en el 152. Mariano Mendiry dice el documento que se llama. Con una cara de boludo bárbaro, Marianito. Te aseguro que te vas a dejar de joder con los mensajitos de texto para la próxima.


Atte., Humberto Rodriguez, punga fiel y nada adaptable de los subterráneos de la ciudad de Buenos Aires.

Pd. El hecho de que hoy, justo hoy, haya sido un buen día no quita nada de lo que dije.
 ¡¡SOLUCIONES YA, MANGA DE LADRONES!!

lunes, 6 de agosto de 2012

The American Dream



El 20 de abril de 1999 tuvo como epicentro de toda atención mediática a la escuela secundaria de Columbine, Colorado, dónde dos adolescentes armados hasta los dientes desataron lo que fue una de las masacres más sangrientas dentro de la ya corpulenta historia de masacres sangrientas de los EE.UU., reivindicada en la actualidad del 2012 por los actos en la proyección de la tercera entrega de Batman y la aún más fresca masacre del templo hace apenas unos días nomás.

Es que hay algo en la cultura norteamericana que no anda bien. Hay algo que funciona con desperfectos que afloran con nula sutileza. El punto en común de la mayoría de estos "shootouts" es que el victimario, mas allá de presentar evidentes (y no tanto) trastornos psicológicos, es, lisa y llanamente, joven.
La pregunta que propuso entonces la película de la cuál cito ésta entrevista, Bowling for Columbine, de Michael Moore, es, ¿Qué le pasa a los jóvenes en éste país? ¿ Qué es lo que funciona tan pero tan mal que hace que unos se levanten en cacería de otros, de una forma tan cruel, despiadada, y cobarde? ¿ Es que ese algo se puede precisar, con palabras, de forma concreta?

Yo creo que no. Yo creo que es un conjunto, una agrlomeración de factores que tal vez nunca pueda determinar con total certeza hasta no vivir ahí, hasta no saborear los pálpitos de una cultura sumamente exitosa en algunos aspectos pero, tal cual se ve, no tanto en otros de no menos importancia.


Es difícil. Es un tema muy abierto. En parte el fácil acceso a armas de guerra, legislación que, masacre tras masacre, el gobierno se rehúsa a depurar, es en definitiva el canal por el que transcurren, por el que acontecen. La cultura americana tiene en la misma constitución, desde tiempos remotos, impregnada la facultad y el derecho de todo ciudadano estadounidense a la portación de armas, para la defensa personal, y ese propio derecho está arraigado muy dentro de su cultura, muy dentro de sus costumbres. 

Tan adherida está, que fuentes indican que el día posterior a la masacre del cine de Aurora, dónde 12 personas murieron en una balacera mientras transcurría la función de Batman, la venta de armas aumentó en un 41% (¡Sí, aumentó! ¡Sí, 41%!). Hasta un empleado de una armería en Colorado afirmó que ya más de 20 personas hacían cola en las afueras de su por entonces cerrada armería apenas horas después de la masacre. Increíble. Dejenme repetirlo porque no me lo creo. Increíble.

Más allá de eso, sin embargo, el adolescente norteamericano vive en un infierno, o al menos varios de ellos. Desde el clásico "bullying" en los colegios, hasta el desentendimiento parcial semi autista de varios de ellos para con una sociedad construida para el éxito, para el triunfo. Una sociedad que está sólo preparada para ese andar. Que no contempla otra posibilidad. Desestiman el fracaso, lo condenan, y lo subestiman. Lo importante es, entonces, el sueño américano. El buen trabajo, la esposa linda, los hijos rubios y perfectos, el glamour, los autos caros, las joyas,el reloj, los trajes de marca, el jardín, la tecnología "cutting edge",el respeto que todo eso conlleva, o dice conllevar. Mostrarle a tu vecino, al de enfrente, a todos los que te conocen, todo lo que has conseguido, en esta proeza sinfin que parecería ser el sueño americano.

Hay mucha presión. Y los jóvenes, inseguros y en plena formación, la sienten, la viven. Los perfora, los carcome paulatinamente a medida que ven la adultez aproximarse, y ese sueño, ese prototipo de vida perfecta, alejarse más y más, hasta perderse entre los horizontes del tiempo.

La competencia bestial por lograr ese sueño se da desde temprana edad, en prematuros ámbitos escolares. El clásico y famoso bullying, las cheerleaders, los populares, los no tanto, los freaks, los nerds. Siempre se compite, a nivel social. La discriminación salta a la vista, en un país tan diverso y heterogéneo como los Estados Unidos.

A veces me da la sensación que en los EE.UU. todo es un gran show. Una gran imagen, un perfecto prototipo, proyectado en un cine escala mundial, tanto para el consumo externo como el interno, el mercado local. Y ese altísimo criterio, ese estandarte tan minuciosamente construido, los enferma, en cierto punto. Los trastorna. Los enloquece. 

"Get rich or die trying".

 

El video en cuestión es un fragmento de Bowling for Columbine, dónde se entrevista a Marilyn Manson, el controvertido cantante de rock pesado, cuya figura fue catalogada como el disparador del desquicio de los jóvenes norteamericanos. Es muy interesante la lectura que hace de los medios. De los medios y el miedo. Del miedo a secas, al fin y al cabo.

 



Algunos datos que vienen al caso:

  • La cantidad estimada de armas de la población civil asciende a 270 millones, en un país donde la población es de 310 millones de habitantes.
  • El número de homicidios en los Estados Unidos es de, aproximadamente, 15 mil por año, de los cuales 10 mil se adjudican al uso de armas de fuego.
  • En 2005, por ejemplo, la tasa anual de suicidios fue de 32.559 personas, más de la mitad por medios de armas de fuego.
  • En 2005, el número de muertes no intencionales por negligencia en el uso de armas de fuego fue de 789 personas.
  • Un rifle AK 47 cuesta aproximadamente US $500.

Historial reciente de masacres estadounidenses:

  •  2 de julio de 1993.- Un hombre con dos armas semiautomáticas, un revólver y una bolsa con cientos de balas, mató a nueve personas en San Francisco y luego se suicidó.
  •  20 de abril de 1999.- Dos estudiantes de 17 y 18 años, Eric Harris y Dylan Klebold, armados con un fusil de asalto, dos escopetas y un revólver, mataron a 13 personas y dejaron heridas a otras 23 en la escuela de Columbine, en Littleton (Colorado), antes de suicidarse.
  • 21 de marzo de 2005.- Un estudiante de secundaria de 17 años, del estado de Minnesota, asesinó a sus abuelos y después atacó a sus compañeros de escuela en Red Lake, en la reserva india de Ojibwe, donde mató a cinco compañeros y dos adultos y después se mató. 
  • 16 de abril de 2007.- El estudiante surcoreano Cho Seung Hui acabó con la vida de 32 estudiantes y profesores en la Universidad Politécnica de Virginia y luego se suicidó.
  • 5 de diciembre de 2007.- Nueve personas murieron, incluido el agresor, y cinco resultaron heridas por los disparos de un hombre de 20 años en un centro comercial de Omaha.
  • 10 de marzo de 2009.- Un hombre armado mató a diez personas, entre ellas su madre, sus abuelos y sus tíos y posteriormente se dio un balazo.
  • 29 de marzo de 2009.- Ocho personas murieron en el tiroteo de una residencia para ancianos y enfermos de Alzheimer en Carthage (Carolina del Norte). El agresor resultó herido por la Policía.
  • 3 de abril de 2009.- Un hombre armado entró a un centro de atención de inmigrantes y refugiados en Binghamton, en el estado de Nueva York y mató a 13 personas para después quitarse la vida.
  • 6 de noviembre de 2009.- El comandante Nidal Malik Hasan, de 39 años y psiquiatra especializado en estrés postraumático, mató a 13 personas e hirió a 32 en la base militar de Fort Hood (Texas), en el incidente más grave en un recinto militar en Estados Unidos.
  • 3 de agosto de 2010.- Un hombre de 34 años mató a tiros a nueve personas en la distribuidora de cerveza y vino Hartford Distributor, en Manchester, en el estado de Connecticut.
  • 7 de agosto de 2011.- Un hombre mató a siete personas, entre ellas un niño de once años, antes de ser abatido por la policía en laCopley Township, en el noreste de Ohio (Estados Unidos).
  • 12 de octubre de 2011.- Ocho personas murieron y otra resultó gravemente herida en una peluquería en Seal Beach, California, después de que un hombre, esposo de una empleada, entrara en el establecimiento y comenzara a disparar.
  • 2 de abril de 2012.- Siete personas murieron y tres resultaron heridas en un tiroteo en una universidad privada en Oakland (California).
  • 20 de julio de 2012.- 12 personas murieron y 52 resultaron heridas a causa de un tiroteo en un cine en la localidad estadounidense de Aurora, cerca de Denver (Colorado).
  • 5 de agosto de 2012.- Un ex militar mató a seis personas en un templo sij de Wisconsin y después fue abatido por la policía.

martes, 31 de julio de 2012

Peligrosamente Urbanizados



La vida en las urbes es intensa. Es adictiva. Es única. Y el mero hecho de haber sido criado en el propio seno de ésta selva voluminosa y luminosa,  nos hace únicos a nosotros también. Y digo nos, porque acá estoy, acá estuve, y probablemente acá estaré, eterno enamorado de los misterios de una ciudad que acobija otros millones como yo. Nos hace únicos porque nos absorbe, nos adapta, nos moldea. Nos imprime su sello distintivo.
La formación psicológica, de mayor preponderancia en tiempos de la infancia, es amasada cual pequeño trozo de cerámica para desembocar en un status psíquico propio de las megalópolis, prototipo psicológico que discierne seriamente de su par humano del interior, campo, pueblo, o incluso ciudad pequeña. Es que el fenómeno megalópolis, palabra que me atrae, es un caso aparte. Es algo especial. No aplica en ningún otro ámbito, ni siquiera en una ciudad de menor calibre demográfico.  Solamente un 7.18% de la población mundial vive en estas macro aglomeraciones. El caso megalópolis, entonces, es el caso megalópolis.
El haber nacido bajo este ambiente, entonces, reitero, nos hace únicos. Crecemos tomando parámetros de lo que nos rodea. Más allá del entorno familiar, que es en definitiva el impulsor mayoritario de nuestro ser en el futuro cercano, el ambiente, a veces menospreciado, le da su retoque mágico distintivo. Su legado. Y la ciudad es más que un ambiente. Es un ecosistema. Adoptamos sus costumbres, sus ritmos, sus estructuras. Las afianzamos tan fervorosamente que quedan marcadas en lo más profundo de nuestra mente, y, como es sabido, son esas estructuras tan intrínsecamente adheridas las más difíciles de cambiar, de resignar.
En las grandes ciudades, léase nuestra Santa María, se presenta un fenómeno que tal vez sólo comparando con alguien del interior se pueda identificar. Es que me pasé bastante tiempo estudiando y analizando, casi instintivamente, costumbres de gente que no es de acá, que no está contaminada por éste universo extraño y fascinante, para definir las mías y las tuyas, que sí somos de por aquí.
El hombre de ciudad es inseguro, en lo más profundo de su ser. Especifico terminantemente en lo más profundo porque mucha gente, en un accionar de inseguridad aún más severa, pretenderá ocultarla bajo una faceta creada artificialmente por su psiquis, para mostrarse , a razón de una inaceptación evidente del propio ser, alguien seguro, alguien temerario.
Nacemos en el anonimato. Nos arrojan en este mundo, diría un pelilargo Morrison, sin una marca de identidad individual. Y es en función del comportamiento colectivo de estas grandes urbes que tratamos de definir, muchas veces en vano, nuestra propia identidad natural, única e irrepetible.  La noción de individualidad pierde su fuerza, se desvanece entre las pinceladas de un órgano colectivo inalterable. Nuestro nombre, nuestra razón de ser, es masificado.  Y la gama de diferencias que hacen a cada hombre lo que es se cercena casi por inercia.
Todas estas cualidades generan el propio anonimato. Nos cuesta, a nosotros pobladores urbanos, definir quienes somos y que es lo que vinimos a hacer en este suelo. O al menos a mí, para ser franco y poco generalizador. Y es en esta desesperación producto de la falta de esencia propia que buscamos sobresalir, que queremos resaltar, que necesitamos el reconocimiento de la misma masa colectiva cuya naturalidad nos ha arrebatado sin piedad como consecuencia del solo funcionar de sus engranajes, su mecanismo inexorable.
Y es en esa necesidad inminente de lograr la sustancia individual dónde irresponsablemente dejamos de lado nuestras cualidades de hermandad para dar lugar a la más cruel competencia. Porque somos muchos. Porque somos más que muchos. Y lo que andamos necesitando es ser alguien, por más que para ser alguien allá que pisotear a algún otro.
Algo que destaca la gente del interior, en su éxodo a Buenos Aires, es la inseguridad de los porteños, creo yo esta vez, a raíz de la escena de desconfianza en la que nos movemos diariamente. La carencia de una sustancia o esencia, ambos dos grandes conceptos de Aristóteles, nos quita nuestra fuerza como ser social. Nos inhibe. ¿Es que cómo podemos estar seguro de algo si ni siquiera estamos seguros de quién somos?
Y a pesar de todo y sin embargo, reitero que me encanta vivir donde vivo. Creo que la búsqueda del ser individual se puede dar en un marco así también, una vez asimilados las propiedades urbanas que afectan nuestro estar psicológico. Los comportamientos colectivos nocivos de encasillamiento y masificación. Las estrategias comerciales, en todos sus canales, que pretenden categorizarnos en distintos segmentos y potenciar, vía propaganda principalmente, la materialización de necesidades no necesarias. Intentan definir el parámetro ideal de ser social urbano, mediante la solidificación de estandartes colectivos de aceptación que ellos mismos establecen como válidos, y que atentan contra la propia búsqueda del ser, tratando de convencernos, minuto a minuto, de que lo “ideal” es actuar como ellos “sugieren”, de manera más que sutil. Moldean los principios del ser “perfecto” a su gusto. Fomentan la competencia. Fomentan nuestra necesidad de sobresalir. Nos atacan dónde nos duele, en lo más profundo de nuestro subconsciente. Y lo explotan. Y se abusan. Y se aprovechan. Porque les conviene.
Es recién una vez percibidos estos comportamientos mecanizados, estimo yo, que se da la oportunidad única de elegir. Y es mediante esa elección, mediante toda elección, que se va creando el ser. La sustancia. La definición de nuestra persona. Nos volvemos verdaderamente únicos e irrepetibles cuando logramos en cierta medida hacer a un lado las influencias que nos avecinan las ciudades magnánimas y su inexorable minimización de la persona como órgano individual. Cuando podemos elegir acorde a lo que de verdad queremos y no lo que quieren para nosotros. Es que elegir, a mi juicio, es ser. Elegir, instintivamente, es vivir.




Las megalópolis de este mundo

1 Tokio, Japón 34.400.000
2 Cantón, China 25.600.000
3 Seúl, Corea del Sur 25.300.000
4 Shanghái, China 25.100.000
5 Ciudad de México, México 23.100.000
6 Delhi, India 22.900.000
7 Nueva York, Estados Unidos 22.000.000
8 São Paulo, Brasil 21.000.000
9 Bombay, India 20.700.000
10 Manila, Filipinas 20.500.000
11 Yakarta, Indonesia 18.800.000
13 Karachi, Pakistán 17.100.000
14 Osaka, Japón 16.800.000
15 Calcuta, India 16.400.000
16 Pekín, China 16.100.000
17 Moscú, Rusia 16.100.000
18 El Cairo, Egipto 15.500.000
19 Buenos Aires, Argentina 14.200.000
20 Dacca, Bangladésh 13.800.000
21 Londres, Reino Unido 13.470.000
22 Teherán, Irán 13.300.000
23 Estambul, Turquía 13.200.000
24 Río de Janeiro, Brasil 12.600.000
25 París, Francia 10.600.000

lunes, 9 de julio de 2012

Confesiones de un fantasma de Buenos Aires








Y es cierto que todos nos odiamos un poquito. Es verdad.

Es verdad que en estas calles, aquellas de una ciudad abultada, sobrepasada, y sobrepopulada, resulta un poco difícil querer al otro. Es verdad.

En estos días, con la globalización y todo eso, casi que ni nos conocemos.

Andamos por aquí y allá. Nos cruzamos una y otra vez. 

Nos vemos con un vecino al otro lado de la calle. Ése, el que vive en la casa de la esquina al ladito del quiosco nomás. Ése, que lo tenés de vista  y lo saludás casi todos los días,  pero si te preguntan el nombre estás entre tres.

O andamos por el subte, en el colectivo, en el tren,  y parece haber más celulares que personas. 

Y si en una de esas se te ocurre ir con el auto, puteás si te tocan bocina, te frustrás si no llegás al semáforo, y si el de adelante te frena de golpe sospecho no te va a caer nada bien tampoco.

Es que el anonimato pesa. El anonimato duele. Nos hace competir. Los unos contra los otros.

Me gustaría creer, sin embargo, que no todo es odio en estos recovecos porteños. Que escondida tras esa capa de rechazo hacia el ajeno existe, ahí por debajo, si es que nos atrevemos a excavar, otra de aceptación. Un sentimiento de hermandad cuya visibilidad los humos de una ciudad gris han acotado bajo su manto contaminante.

A todos esos, fantasmas de Buenos Aires, les quiero decir, casi desvergonzadamente, que los quiero, que los aprecio, y que, sinceramente, no sé qué haría sin ustedes.